miércoles, 19 de octubre de 2011

Guardianes del Templo de Xochicalco en la Exposición Universal de París, 1867

Me encontré este dibujo de 1867 de dos mexicanos haciendo "la guardia en el templo de Xochicalco". Extraña combinación, cualquiera esperaría a un guerrero con cabeza de jaguar o plumas de Quetzal. El caso es que este templo no era exactamente un auténtico templo, sino la réplica de la gran pirámide de Xochicalco recreada para la Exposición Universal de París de aquél año. La wikipedia dice que aquella exposición fue la más grandiosa hasta ese momento, que pretendía exaltar la grandeza del Segundo Imperio y que por temas tenía el progreso y la paz. Mucha paz y mucho progreso, pero la verdad es que México estaba, en ese momento, saliendo de una intervención armada que había cobrado bastantes muertes nacionales y francesas, el fusilamiento de Maximiliano y la locura de Carlota.

El dibujo está firmado por M. Lanson y la descripción de Ernest Déolle refleja, creo yo, una emoción mixta entre la admiración por una cultura remota y sorprendente y el resentimiento por las muertes que el conflicto entre México y Francia había cobrado. Yo traduje lo mejor que pude y aquí les dejo el texto en español. El original lo pueden encontrar en las páginas 180 y 181 en este enlace

 "Atuendos Mexicanos
NO sin un poco de tristeza, podemos decir, que los visitantes franceses se detenían en la Exposición ante la imagen muy fiel, según se nos informa, de las ruinas del templo de Xochicalco. Recuerdos de una civilización extinta, procedentes de un país al cual Europa pensó que había llevado los frutos de su civilización, conmovían vivamente el espíritu y se hallaban tras dos tipos de raza indio-hispana que el lápiz de nuestro dibujante bien captó. Es difícil no detenerse ante lo pintoresco de sus atuendos. Mi pensamiento voló muy lejos. Construyó con esos dos hombres de aspecto oscuro y viril, algunas veces a las numerosas muchedumbres aclamando a los soldados europeos, abriéndole sus casas y sus templos a los misioneros europeos de la libertad; otras veces a los grupos armados agazapados detrás de altos matorrales esperando la hora de la venganza y el crimen. En efecto, hay de todo en esos seres y en sus atuendos: cambia el trazo y el enorme sombrero cubre coquetamente la cara de un hombre apacible y suave, se convierte repentinamente en el sombrero del clásico tunante y ve marchar a ese hombre envuelto en los pliegues de su poncho rayado, de vivos colores y ese largo pantalón que se ensancha en embudo invertido, le hace aplomar el paso y envejecer su andar, pero entonces, salta sobre un caballo e inmediatamente afirma su pié en el estribo y los pantalones que vuelan a ambos costados del animal parecen dar alas al jinete. La tela, las decoraciones de lana o seda, los ornamentos de oro y plata, no son nada que se preste a estas bruscas transformaciones: pero el mexicano está hecho en otra parte, en un lugar donde se tienen todos los modales y todas las violencias. Nuestros soldados lo conocen bien y se pueden encontrar, en sus pintorescas narrativas, veinte palabras para definirlo. Todos transcriben esa mezcla de astucia y jactancia, fuerza y delicadeza, que hay en el hombre y en su atuendo. 
El niño parisino encontró en México sus pantalones tití – ese   famoso personaje de nuestros antiguos carnavales – y recuerda las proezas coreográficas que inmortalizarían a la ópera del género del tití, el célebre cargador. Traje y personaje carnavalescos. ¡En efecto, ese es el disfraz de seda y terciopelo que hace confluir valor y cobardía!...Los museos (que muestran los restos de la Exposición) conservan el dibujo de los dos tipos mexicanos, el croquis que aquí se ve sin otro motivo, que mostrar la diversidad que había en la variedad personajes reunidos en la Exposición, la construcción efímera de la que nuestros dos héroes fueron custodios, sirve igualmente para ilustrar, por decirlo así, la historia retrospectiva del arte escrita en el Campo de Marte y en la admirable Galería del Trabajo a través de los últimos siglos.  El templo de Xochicalco es uno de los más curiosos especímenes del arte indiano. El interior, que puede visitarse, ofrece también vestigios de los templos más remotos  ¿Por qué no hemos podido estudiar esas preciosas reliquias tan estimadas por el anticuario, el historiador y el filósofo sin sucumbir a la tristeza?
Lo sabemos. Entonces se nos permitirá decir aquí que al ver a estos hombres y sus extrañas vestimentas, los restos de monumentos tan ricos por su originalidad, pensamos que en adelante la tierra de México tendrá para Francia otros tesoros: las tumbas de nuestros soldados – ¡verdaderos mausoleos de la civilización moderna.                                            ERNEST DRÉOLLE"


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