lunes, 9 de abril de 2012

La Versión Colonial del Chupacabras, siglo XVIII


¿Será que el ser humano es propenso a creer en cualquier cosa con tal de que ésta sea increíble?

¿O será que de cuando en cuando el “niño”, que dicen todos llevamos dentro, echa a volar la imaginación?

Yo personalmente “creo” que  existe vida en otras partes del universo y ésta debe ser tan diversa a la que conocemos en este planeta azul, que sólo podemos imaginarla desde nuestros parámetros cognitivos. Hay incluso pensadores y filósofos que se inclinan a especular la teoría de un MULTIVERSO compuesto de infinitos UNIVERSOS. Teoría imposible de probar. Como quiera que sea, cada cierto tiempo surgen acontecimientos inexplicables que llaman nuestra atención como es el caso de la aparición de nuestro chupacabras mexicano o boricua, chileno o americano.  Y queremos explicar su “existencia”  diciendo que es el resultado de un experimento genético o que es un extraterrestre o simplemente decimos que sólo existe en la imaginación de los más simples.
  
En la Vieja y Nueva España del siglo XVIII también tuvieron su versión del chupacabras, aunque no creo que nadie haya pensado que fuese un extraterrestre, más me parece que se inclinaban a pensar en que el “Maligno” metió su mano o mandó alguna de las criaturas que lo acompañan en el infierno para divertirse un poco destrozando humanos.

En las Gazetas de México,: Compendio de noticias de Nueva España desde principios del año de 1784…[1] aparece en dos ocasiones la noticia de la aparición, en Jerusalén, de un “Formidable y Horroroso Animal Silvestre”. Una de las noticias relata el hecho que más adelante transcribo íntegro; la otra, parece ser la respuesta a críticas hechas a los editores de la Gaceta porque la noticia ya había aparecido en otra publicación más de 60 años antes.

A mí me gustó la nota de la Gaceta y, además de hacerme recordar que hace unos 20 años el chupacabras estaba de moda, me pareció interesante de compartir  y aquí la transcribo. Espero les guste.



Relación y verdadero retrato de un formidable y horroroso Animal silvestre, que fué visto y muerto en los montes ó sierras de Jerusalén, copiada Fielmente de una que se imprimió en Palermo y se reimprimió en Génova, Turín, y Puerto de Santa María, año de 1788.


En el término de Jerusalén, catorce millas de esta antiquísima y famosa Ciudad, por la parte del Monte Doresta, se había advertido muchos días anteriores un notable estrago de variedades de hombres despedazados, bueyes, ganados menores, de carneros, puercos, caballos &c. de los que pastaban en aquellos contornos medio conocidos, sin poderse averiguar qual fuese la causa, hasta que pasando un Caminante por aquel sitio, á poca distancia de la montaña, reparó y vió, que otro que iba más adelantado que él, fue acometido por un Animal monstruoso, el qual con sus garras lo destrozó en un instante; y lleno de un temor igual a tan gran peligro, se separó del camino, huyendo para la primer población, donde habiendo contado el suceso, llenó de pavor y espanto a todos los vecinos, conociendo entonces el ignorado motivo de tantos estragos y discurriendo medios como librarse de semejante fiera, avisaron á los circunvecinos Pueblos, para que como interesados en el logro de extinguir y ver el enemigo que tamos daños causaba cónsultasen el modo de ponerlo en execución. Concurrieorn todos a hacer una montería a fin de darle caza o quitarle la vida, convinieron todos en seguir con su intento: se juntó un gran número de gente proveídos de todas clases de armas llevando por guía al que les había dado la noticia y estando próximo al sitio donde el mismo había visto desaparecer al Pasagero, de cuyo cadáver aún ayaron los despojos, se fueron aposentando en la circunferencia de la montaña, donde a pocas horas vieron repentinamente aparecer el monstruoso Animal que buscaban. Este horrendo monstruo era de la magnitud de un caballo; pero su espantosa cabeza a especie de la de un León: en ella tiene dos astas a modo de las de un Buey: la punta de la nariz como un gran poco de Aguila: los dientes de un gran león: colmillos de Javalí: de a palmo y medio de largo: las orejas muy caídas: quatro tetas como Baca: el pecho poblado de pelo: los pies con garras muy largas: la cola de un Basilisco sobre seis palmos de largo, y la punta como flecha: del espinazo le salen seis espolones de Gallo; pero muchos mayores, y todo el cuerpo cubierto de conchas, tan juntas y tan unidas, que las balas no le hacían el menor daño. A vista de tan formidable monstruo desanimaronse los que les perseguían, y mucho más viendo que del primer ímpetu los hacía pedazos, Desistieron de su empresa, y dieron cuenta al Baxá, quien mando a dicha expedición un Regimiento de Caballería y otro de infantería, que se situaron en el parage que se acostumbraba a ver dicha Fiera, la que en efecto apareció la tarde del día 15 de Noviembre del año pasado de 1787, e inmediatamente que vio los caballos acometió con tal ferocidad a ellos, que se espantaron dichos animales de manera, que sin obedecer al freno ni a la espuela, echaron por tierra a la mayor parte de los Soldados, de los quales muchos acabaron en las garras de este monstruoso Animal, y los que lograron escapar y acogerse en un inmediato Bosque, desde él eran testigos del estrago que padecían sus compañeros. La Infantería, formada en la figura que en las evoluciones militares llaman puerco espín , procuraron marchando con singular unión, aguantar el ímpetu de este monstruo, que la vista del movimiento tan igual de la Tropa, lo timidó, y le hizo retirarse poco a poco al Bosque, con lo que animados los Soldados, dieron en perseguirlo hasta lograr ponerlo en una precipitada fuga, dando unes horribles ahullidos que atemorizaban. Los que al principio del ataque se habían retirado al bosque, se hallaron en nuevo peligro luego que sé entró en él el Monstruo, que añadiendo á su braveza natural el furor que le causó la persecución, todo lo que encontraba lo hacía pedazos; y viendo uno de los Soldados que estaban allí acogidos, que la Fiera se encaminaba hacia él, echó pies atrás, y el libertar la vida le animó a aguardarle, y enristrar la lanza tan oportunamente, que se la metió por la garganta, y cayó mortal en tierra. No puede explicarse el gozo general que este triunfo ocasionó a todos los sitiadores, que recobrando valor acudieron á emplear sus armas en la moribunda bestia, no logrando herirla á su satisfacción, porque con el violento movimiento de las ansias de la muerte, y sacudidas de la cola, derribó á muchos, que algunos murieron, y otros quedaron muy mal heridos. El júbilo que causó la muerte de este Monstruo fué general por todos aquellos Pueblos circunvecinos, que estaban en el mayor conflicto, pues en un mes, además de los ganados de todas especies, se echaron menos quarenta y nueve personas conocidas: concurrieron á la montaña infinitas gentes para ver la Fiera muerta, la que fué conducida en un Carro á Jerusalén, donde se han sacado retratos para todas las partes del Mundo. 

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