martes, 29 de diciembre de 2015

Una Semana Siniestra en Monterrey, Agosto 21-28 de 1909 3/8 (Lunes)

Lunes 23 de Agosto de 1909

Calle Morelos hacia el poniente. Después del incendio de 1909
Las Carretas del cuerpo de Bomberos continúan trabajando.
Los curiosos se acumulan en las bocacalles. 
Amaneció en la ciudad y todo parece ahora estar en calma. Los escombros de la Botica del León se acumulan en la avenida Morelos interrumpiendo el tránsito de carros y automóviles. La calle del Comercio luce extraña. No se ven tantas damas recorriendo los almacenes de ropa, en cambio si se ven muchos trabajadores alistándose a derrumbar los muros de la Botica que de cualquier manera amenazan desplomarse. Gente del pueblo llano, con sus sombreros de pico alto, sus camisas blancas y empercudidas y sus sandalias de suela de cuero con correas de lo mismo, para proteger unos pies que casi no necesitan protección. Están dispuestos a trabajar en lo que el ingeniero y el contratista les ordenen. “¡Aguas con esa piedra!” es el grito que se escucha constantemente intercalado con el sonido del mazo y la piqueta.

Y al momento se desploma un tramo del muro con sus vetustos sillares. Los obreros se apartan al instante. “Cuidado con esos charcos de ácido que parecen agua”. Grita el capataz. En la droguería se almacenaban considerables cantidades de sustancias ácidas. Éstas quedaron acumuladas en cunetas del pavimento mezcladas con agua. La noche del incendio, los voluntarios y bomberos pensaban que era agua y algunos, al contacto con ellas, se provocaron quemaduras. Pero quienes más se perjudicaron con estos ácidos fueron los caballos que tiraban de las carretas requeridas para el salvamento. Muchos de ellos quedaron heridos e inutilizados debido a quemaduras en las patas.

Y cuando el muro cae, la montaña de escombros crece en medio de la calle del Comercio. El callejón de Paras también se encuentra lleno de escombros de los muros de la Casa Sanford. La Calle del Dr. Mier, sin embargo, no está aún demasiado obstruida, pero las fachadas del “Puerto de Liberpool” y los muros de la misma ferretería Sanfor, que dan hacia ella, amenazan con desplomarse de un momento a otro. En esa calle está interrumpido el tráfico de trenes pues se teme que con la vibración, a su paso, se desmoronen las paredes que aún quedan en pié.

Tanto la calle de Padre Mier como la de Morelos eran la ruta del tranvía. Los rieles ahora estaban inutilizados por los escombros y no quedaba más remedio que reorganizar los itinerarios. Y aunque la calle de Escobedo se encontraba relativamente despejada, era mejor dejarla tranquila, pues la mitad de la Botica del León daba hacia ella e iba a ser necesario derribarla por completo.

Calle Padre Mier hacia el poniente desde el callejón de Paras. La foto está fechada el 22 de Agosto pero la escena debió repetirse a lo largo de aquella semana. La ruta del tranvía está interrumpida y se trabaja en organizar la mercancía y limpiar las calles de escombros. 

También por la calle del teatro (Escobedo) pasaban los carros del tranvía, pero no entre Padre Mier y Morelos, sino una cuadra más al norte donde los trenes que transitaban por Matamoros doblaban por ella o viceversa. Reorganizar la ruta de los trenes, aunque engorroso, no era un problema serio. La reconstrucción de la manzana sí lo era. Y había que poner en ello todo el empeño.

Por otro lado y principalmente, entre los apremios y sufrimientos, estaban los de las personas y familias que habían perdido sus hogares y, buena parte sus bienes, cuando no todos. El reportero de El Diario informó este día que las familias Bremer, Reichman y la de Juan de la Garzaque estuvieron en inminente peligro, se encuentran aún enfermas a consecuencia de la impresión.” Sin duda no fueron los únicos que debieron sentirse enfermos o abatidos por las inmensas pérdidas y el estremecimiento durante el incendio. 

De las familias Bremer y Reichman ya dijimos que tenían su residencia en la segunda planta de la Botica del León. La familia de Don Juan de la Garza vivía en los altos del Salón Fausto y la noche del incendió, sus miembros salieron a la calle precipitadamente “en medio de un terrible pánico”. Otra familia que tenía su vivienda en la cuadra incendiada eran los Garza Lafónbastante prominentes en nuestra ciudad”. Ocupaban, según el corresponsal de El Imparcial, una casa propiedad de Don Isaac Garza al lado del “Puerto de Liverpool”.  


Estas familias tenían motivos sobrados para sentirse mal. Y no estaban solos en aquella desgracia.

A media tarde de aquel triste lunes, después de una comida desganada y sin tener el ánimo de dormir la siesta, un grupo de señoritas se dan cita en una de las bocacalles de la cuadra en ruinas. Allí precisamente en el cruce de la Calle del Comercio y Escobedo. Observan los muros abatidos y las montañas de escombros. Todo está irreconocible. El anuncio de la Botica del León es un formidable rectángulo carbonizado. Sus pálidos rostros compungidos y llorosos, protegidos del sol veraniego regiomontano con enormes sombreros, sólo reflejan tristeza. En silencio sollozan y piensan en su futuro.  Eran empleadas de la Droguería Bremer. Veinticinco señoritas y unos 40 empleados de las casas Bremer y Sanford se habían quedado sin empleo.

Fragmento de la primera página de
 El Imparcial del 23 de Agosto de 1909
La desgracia había traído, sin embargo, empleo a otros tantos. Una cuadrilla de trabajadores se afanaba en transportar escombros y limpiar las calles. Aquel lunes los jornaleros trabajaron hasta tarde y fueron citados temprano para el día siguiente.

Oscureció casi a las nueve, pues el cielo, de un color azul intenso,  estaba completamente despejado. Cuando por fin cayó la noche, la claridad de la luna, en cuarto creciente, quiso competir con la luz mortecina de las farolas públicas, y ambas, al contacto con los muros de las ruinas en la  manzana herida, proyectaron sombras siniestras a las que nadie prestó atención. Las amas de casa, de todos los barrios y suburbios de la ciudad, sacaron sus mecedoras a las banquetas. Conversaron hasta la media noche con sus vecinas, vigilando a los niños más pequeños que jugaban junto a ellas, mientras que los adolescentes correteaban libremente por las calles. Era un ritual cotidiano y se efectuaba diariamente para refrescar el cuerpo y también la mente, se hablaba de todo y de nada. Aquella noche, por supuesto, el tema de conversación fue el peligro en que se encontró la población durante el incendio. “
Gracias a Dios, nadie ha muerto en el incendio.” – decían las mujeres mientras se santiguaban. Podían ahora retirarse a dormir tranquilas después de aquellos días turbulentos. 

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